Impresiona ver en directo a Tom Harrell. Ya solo su presencia, larguirucho y mirando al suelo, muy medicado, sin apenas moverse. Pero no es esa esquizofrenia diagnosticada en 1967 lo que más impresiona de él, ni su estatismo, si no la vitalidad que conmociona su cuerpo, en apariencia dormido, cuando empieza a tocar la trompeta. Cobra vida, brilla como nadie y dirÃamos, que se cura. Es como si estuviésemos frente a un milagro. hasta que acaba su solo y vuelve a sumirse en esa inquietante quietud.
Apenas dos meses atrás le habÃa visto en el teatro Campos ElÃseos, con la misma formación y prácticamente el mismo repertorio, pero fueron dos conciertos muy diferentes, como si la electricidad de Mendizorroza se les hubiera contagiado. Sonaron vigorosos, iluminados y Wayne Escoffery, el saxo tenor, estuvo sembrado recibiendo buena parte de las ovaciones.
El repertorio fue variado, de todas las épocas y bastante ajustado, sin alardes innecesarios y, en ocasiones, muy conciso, a pesar de las diversas fuentes de las que bebe el trompetista de Illinois. Muy breve, apenas hora y cuarto, sin bises y un público entusiasmado.
Deja una respuesta