61 festival de San Sebastian, viernes 20

Cartel del film The wind rises

Para un cinéfilo llegar a un festival de cine es como si a un niño le llevas a una tienda de juguetes de muchas plantas. Sobre todo si te estrenas en el festival, y es que me ha costado 35 años asistir a uno de nuestros festivales cinematográficos mas importantes, o al menos con mayor proyección. Asistí el pasado viernes 20 con la sana intención de estrenarme con lo último del gran Hayao Miyazaki (¿Se puede uno desvirgar de mejor manera?) Pero primero tenía que recoger la acreditación, conocer el espacio donde me movería los siguientes días y dejar ese aspecto de Paco Martínez Soria en la ciudad.

Carteles inmensos jalonando las calles, un Kursaal con un 61 gigante y mucha gente del medio de un lado para otro. Antes de nada quiero dejar claro que el sentimiento de acogida por parte de la organización es inmejorable, con un montón de detallitos que hacen más que agradable la estancia. Pero vamos con las películas vistas el viernes. En primer lugar me dirigí al teatro Victoria Eugenia a ver The wind rises, la despedida de Hayao Miyazaki, una historia que cuenta la biografía del ingeniero de aeroplanos Jiro Horikoshi, de sus sueños y de la dura realidad que le tocó vivir. Un film serio, quizás su film más adulto, dotado de la magia que caracteriza a la obra del autor de El viaje de Chihiro.

The face of love, de Arie Posin, es un film de esos que pondrán en la sobremesa de un canal privado dentro de dos años, una especie de Vértigo muy light, con un correcto Ed Harris y una adorable Annette Bening. Un film agradable, pero poco más, no guarda ninguna sopresa.

Enemy, de Denis Villeneuve es una versión de la novela El hombre duplicado de José Saramago. Un ensayo sobre la identidad, el vacío existencial y la condición humana. Un gris profesor de Historia descubre, viendo una película, que hay un actor que es idéntico a él. Tratará de conocerle, aunque eso conlleve algún que otro problema…

Y por último, una película esperada y temida por el respetable, la última ida de olla de Terry Giliam, The zero theorem, una barroca visión catastrofista de la Humanidad en un futuro no muy lejano. A la puesta en escena desmesurada típica del cineasta se une un guión denso, aburrido y supuestamente filosófico. Resultado, un film plomizo y el respetable abandonando la sala de dos en dos.

Para un primer día no está mal. Seguiremos informando, y viendo mucho cine.


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