Es viernes, y como todos los viernes vamos a casa de la tia por la tarde. Mientras los mayores toman café y juegan al parchis, yo estoy con mi primo que tiene en su cuarto lo que para mà es «el templo de la música«. Tengo 5 años y me impresiona tanto ver la colección de cassettes y vinilos de mi primo que entrar a Vellido (la tienda de discos que hay justo debajo). Tiene una especie de cajón portatil de chapa lleno de cassettes originales. Me encanta ver las portadas, sacarlas de su cajita y desplegar los folletitos para ver las fotos y todas esas letritas apelotonadas. Entre las novedades tiene una en la que aparece un bicho enorme rosa (me dice que es un flamenco, pero creo que me está tomando el pelo) y es de un tal Christopher Cross. Lo pone y suena muy bien, tiene un aire a Duran Duran y otras cosas que tiene y le digo que me lo grabe. Por cierto, me ha dicho que me ha suscrito al Discoplay (Bid) y que a partir del próximo mes también me llegará a mÃ.
Es sabado, empieza a hacer frÃo y mi garganta empieza a hacer estragos, de nuevo. La crisis y las caras largas caracterizan unos dÃas ya de por sà tristones. Tengo 33 años y me dirijo, en metro, a Bilbao, más concretamente a la sala BBK porque hoy hay concierto. Y no sé por qué pero de éste tengo muchas ganas, y es que ha sido una sorpresa saber que Christopher Cross venÃa a la capital para presentar su último disco «Dr Faith». No soy un experto en su obra, apenas tengo un recopilatorio, un «live» y una vieja cinta grabada (another page). Su sonido «light» muy de «kiss FM» muy de teleserie americana ha hecho que durante mucho tiempo le diese un poco la espalda, pero me apetece algo agradable, bonito, relajante. Y Christopher Cross lo es.
Es de noche, llego a casa después de un concierto agradable, bonito, relajante, con una sonrisa en la cara. Me ha encantado. Ha rondado las dos horas donde a parte de las nuevas han caÃdo casi todos los clásicos conocidos (que son más de los que pensamos). Es cierto que musicalmente no entrará en loa anales de la Historia, seguramente no lo quiera, pero es un buen antÃdoto para la crisis. Y sin dejar de sonreir me meto en la cama. Por cierto, no lo he dicho, tengo 5 años.
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