Originario de Granada, y su singular destino en lo universal, arrancó de las ancladas profundidades un género anquilosado por lo años y eso de las costumbres, payo de raza y gitano de voz, trascendiendo el escalofrÃo, los pelos de punta, la carne de gallina. Su llanto, quejÃo que dicen los que saben, elevó su sonido hasta las masas no acostumbradas, escalando, sin pisar a nadie, hacia una cima que le pertenece, tómala, tuya es y nuestra no. Supo estar en su sitio, que era permanecer dentro y fuera del tiesto, se atrevió con Lorca y Cohen, con Shakespeare y Cole Porter, con planetas y lagartijas, más ellos, pobres, no se atrevieron con él.
Pequeño en su grandeza y enorme en su sencillez, supo parecer cateto, siendo el verdadero maestro, permaneció humilde, dejando que otros, en su insolente necedad, se colgasen medallas. Buena gente, de esa que solo sale en los libros, personalidad casi de ficción, espejismo entre nieblas de ambición y pretendida genialidad, monstruo de belleza inaudita, catalizador de estados de gracia, recopilador de buenas ideas. Clásico como el que más y moderno como nadie.
Querido, adorado, idolatrado, respetado y ahora llorado, y luego añorado, y más tarde recordado, y para siempre necesitado. Ese actor secundario que no mete ruido, pero que cuando no está, la pelÃcula se viene abajo. Huérfanos, dejados, solo nos queda reconocer que era un grande, enorme, el último clásico o el primero de los modernos. Quizás no nos quede nadie como él, tendremos que ir tirando con las copias…
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