Ayer me preguntaba un amigo sobre mi crónica del concierto de Jim Jones Revue en Bilbao, ya que vino conmigo la semana pasada y él ya habÃa escrito la suya (mucho mejor que ésta) en su propio medio (hipersonica) hace ya una semana. Le dà una excusa poco creÃble (no me la creo ni yo) y por eso os voy a dar otra excusa a vosotros, sufridos lectores, más que nada para quedar bien: prefiero que el recuerdo se asiente, madure en mi mente para que sea un poco más objetivo. ¿Ha colado? El caso es que es que hace unas semanas escribà sobre el concierto de Tricky, y aunque no lo puse bien del todo, hoy mi crónica serÃa muy diferente, y es que yo soy de flipar mucho o aburrirme mucho en un concierto. O es genial o una mierda. Por eso cuando descansas, dejan de zumbarte los oÃdos, te relajas del espectáculo, creo que es cuando puedes decir con mayor acierto como fue el concierto (por otro lado, y para contradecirme, que me encanta, creo que las mejores descripciones de conciertos son las del éxtasis total).
Después de descubrirles el año pasado en el festival Azkena Rock de Vitoria, y flipar a plena luz del dÃa, la asignatura pendiente era verles en una sala pequeña. Pero entre medias un segundo disco, de producción más «light» que su atronador y salvaje debut homónimo, nos hacÃa debatir a los cÃtricos blogueros (¿hay algo peor?) sobre una posible doma de los ingleses. Pero llegó el dÃa y, he de reconocerlo, estaba hasta nervioso de emoción. Y salieron los cinco a escena. Y la explosión. En nuestra insufrible exigencia seguÃamos deseando que subiesen el micro a la voz y al piano. Todo tenÃa que ser perfecto. Pero ya estábamos bailando, como si nos hubiésemos puesto esas zapatillas rojas asesinas. Trallazos de rock clásico, una suerte de Jerry Lee Lewis, pero con más gasolina, con más fuego, el bueno de Jim Jones, de aspecto victoriano se desgañitaba a cada canción, y con el resto de la banda parecÃa interesado en reventarnos los tÃmpanos. En mi caso casi lo consigue.
Tal intensidad no puede durar mucho, por eso el concierto no fue demasiado largo, apenas hora y veinte, pero es que no podÃamos más, y la gente, ajena a leyes, encendÃa cigarros y era el humo el sudor y la cerveza el olor de moda aquella noche. La sala no estaba llena, tampoco vacÃa, la sala estaba eufórica. Y hoy, una semana después puedo decir que fue brutal y que mis oÃdos siguen zumbando.
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