Tengo que decir que, a pesar de haber estado mil veces en conciertos en el Kafe Antzokia, y varias veces con entradas agotadas, nunca antes habÃa visto tantÃsima gente en los alrededores (A votre santé, Ambigú…). Camisas a cuadros, gafas de pasta, barbas, bolsos cruzados y demás tópicos en el guión, a saber, chaquetas y vaqueros,conversaciones plagadas de nombres «poco conocidos» y el ansia por ver a la enésima reencarnación de Nick Drake.
Sorprende ver que un casi recién llegado, poco conocido, puede congregar a tantÃsima gente un martes a 15 euros la entrada, pero la pregunta es: ¿Quién es José González? Un chico de 33 años, nacido en Suecia, de padres argentinos, que toca la guitarra muy bien y canta asÃ, en bajito, como tantos folkies. ¿Y dónde está la gracia? ¿Por qué tanta gente un martes? Consigo entrar de los primeros y colocarme en la primera fila, siendo el primero de tanta gente, no perderme ni un segundo de «el evento».
Y en el escenario solamente dos sillas y dos micrófonos: «vamos que esto no va a ser Kiss precisamente». Y la gente entrando y entrando, nerviosa, espectante, pero sobretodo yo. ¿Dónde está la genialidad? Me gustaba lo que habÃa oÃdo, pero ¿tanta gente un martes?
El primero en salir fue el getxotarra Eneko Burzako, que firma como Mobydick, guitarra y voz, una voz áspera, unas canciones en inglés, de proceso complejo que en más de una ocasión me quiso recordar a Tim Buckley, genial. Se metió en el bolsillo a toda aquella gente que no venÃa a verle a él, doble mérito. Media horita clavada.
Y cambian las luces, dejando en penumbras el escenario, dando paso al sueco-argentino, perfecto lÃder de una secta que se fundó al instante. Las luces juegan a ocultarlo y a enseñarlo a medias, la guitarra empieza a dibujar paisajes como nunca habÃa visto antes en un escenario, a excepción del inconmensurable Paco de Lucia. Poco a poco va desgranando los temas de sus dos discos «Veneer» y «In our nature«. Pasajes en los que es un placer perderse. Pero como todo en ésta vida se acaba, el fÃn del recital viene a los escasos 58 minutos. Y entonces viene la pregunta: el concierto es cojonudo, y el telonero brutal, en total hora y media por 15 euritos de nada, pero ¿es lÃcito que un concierto dure solo una hora cuando hay mucho más material para desarrollarlo al menos durante media hora más? ¿Estamos hablando de recitales delicatessen? ¿Nos estamos volviendo snobs? Viendo que hace unos meses asistà a un concierto de Luis Eduardo Aute (que le lleva a José González casi 40 años) y su concierto se acercó a las tres horas, me pregunto si lo de José González no fue un timo. Recordaré el recital del martes pasado como algo especial, pero… ¿No podÃa haber durado más?
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