La sala a reventar, un estreno esperado, a pesar de lo complejo del texto. Una mesa alargada con fondo rojo, rojo sangre, rojo vino, rojo pasión. Y un personaje, persona ante todo. Helena de Troya, quizás la mujer más injustamente tratada por la Historia, pero ¿Quién escribe la Historia? Esa pregunta nos la escupe una y otra vez su juzgada protagonista. Una pregunta que va más allá del mundo antiguo de los griegos. ¿Quién escribe hoy nuestra Historia? Quizás los que editan diccionarios bio(i)lógicos, tratando de matizar, alterar o, directamente, borrar pasajes que no interesan, para que los culpables sean otros, parias sin oficio ni beneficio.
Helena de Troya (inconmensurable Carmen Machi) se dirige coloquialmente al público para ser juzgada quizás por última vez, pero ésta vez será ella quién hable, quien cuente las historias de la Historia, su versión de los hechos para buscar una dignidad mancillada, ocultada, raptada y violada por el simple hecho de haber amado a la persona que no debÃa, Paris.
La obra comienza con un recurso muy hábil; todos conocemos a Aida, esa mujer salada que tanto nos hace reir, pero aquà el papel es trágico, ¿cómo evitamos que la gente no se rÃa? Muy fácil; haciéndola reir, pero de nuestras bromas, no de Carmen Machi. Y efectivamente la obra comienza con una presentación más amable, no cómica pero sà ligeramente graciosa, para ir hundiéndose, copa a copa, en un fango denso y doloroso. Y es que Helena de Troya, la más bella, ya no lo es tanto, y vive (agoniza eternamente) en el olimpo de los dioses con una figura que ha sufrido el paso de los años, y ahora, borracha y acabada, decide defenderse, pero ¿de quién? ¿de qué?
Un repaso a la Historia desde los ojos de una vÃctima, que fue acusada de verdugo, un caer y levantarse de un personaje que, cuando más patético se presenta más digno resulta. Una Mujer con mayúsculas que tuvo que sufrir violaciones, ver como le arrebataban a sus hijas, y ver como la Historia torcÃa la pluma para deshechar tanta atrocidad en pos de la gloria de una deidad. Zeus, su propio padre, el dios todopoderoso que no sale bien parado, y Helena, su única hija de mujer humana, mancillada y acabada, pero colocando las cosas en su sitio.
Una obra densa, dura, cruel y realmente vigente (se podrÃa traspasar todo a la actualidad, es muy reconocible), levantada únicamente con la figura, palabras y gestos de una actriz como la copa de un pino, una mujer que ha hecho olvidar al respetable de la sombra larga televisiva.
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