Manolo García en el Iradier Arena de Vitoria

Ahora que la edición española de la revista Rolling Stone, dedicada a los mejores grupos nacionales ha puesto en lo más alto a El último de la fila, es posible que se estén planteando una vuelta-mini-gira para recaudar fondos en tiempos de crisis. Algo que los fans estamos esperando desde que con aquella rebelión de los hombres rana nos quedásemos huérfanos.

Espero sinceramente que Manolo y Quimi se lo planteen, debido al buen rollito que hay entre ellos, pero de mientras nos quedan sus discos en solitario sobretodo, al menos para mi, los de Manolo García. Acusado de pedante, repetitivo y críptico (esas letras…) Manolo no está muy bien visto entre cierto público digamos indie, ya que no le pueden perdonar que venda tanto. Pero por otro lado no hay que olvidar que ser masivo con una propuesta que roza en muchas ocasiones lo puramente ecologista e intelectual tiene mérito.

El concierto del pasado viernes en Vitoria vino a constatar lo que me esperaba; esta gira teatral (juego de palabras utilizando su single Un giro teatral) es consciente de los momentos que vivimos, y los pantallones de leds se cambiaron por telas y productos reciclados, dando un aspecto como de circo ambulante. Mi primer aplauso de la noche fue por la sensibilidad mostrada en este aspecto. Y aparecieron los músicos alineados como si de un concierto flamenco se tratase. Y un Manolo García, muy bien conservado a sus 57 años, salió, humilde, agradecido y enorme.

Presentaba Los días intactos, su último disco, pero cayeron a lo largo de las dos horas y media, canciones de todas las épocas, incluídas algunas de El último de la fila. Animado, reivindicativo, con una voz en plena forma, sonriente y muy agradecido, se mostró como el gran artista que es, lejos de las luces de las bambalinas y destellos de estrellones. Dos horas y media que pasaron fugaces. Un dato; el concierto era sentado, pero creo que nadie permaneció en su silla ni un tema. Muy grande.