(Más De) 3000 Noches Con Antonio

Se apagó ese océano soleado de sombras, esa eterna tristeza del poeta solitario, ese papel seco ya de una tinta roja, esos acordes tímidos en una esquina convertida en el centro de un escenario, luchando contra gigantes en una desordenada habitación, donde ya era muy difícil encontrar una cama, un reposo. Se han ido ya las sibilinas estrofas que otrora fuesen lamentos, acaso letanías, de un réquiem eterno, una canción viva sobre muertos. Y aquí miles, millones de huérfanos de sensibilidad, perdiendo poemas en cada esquina, en cada décima de segundo, mirando atrás para no quedarnos eternamente en el ayer.

Estoy hablando de él, de ese acorde disonante, de infiernos cotidianos, de esa sombra burlona, de esa indolencia mortal, de esa vega mil veces transitada desde hace tantos años (¿cuántos ya?). Apenas nos queda la anatomía de una naturaleza salvaje, pero tiernamente domesticada, hogar de andenes y trenes que siempre se marchan, de amantes que no se irán mañana, de sitios de recreo mortales, de espigas molestas, de caricias de lija.

Hoy me quedo solo, tan rodeado de gente, de mi gente, pero qué solo, que huérfano, que apartado. Ni siquiera el teclado me deja ya escribir lo que quiero, atenta contra mi recuerdo, contra mis palabras. Él se las ha llevado todas. Miento, no todas, las mejores. Las que se incluyen en los mejores poemarios, esos que te desgarran por dentro, los que valen, y a lo lejos un eco infinito, sin lugar en el fin, una vocecita que narra lo que sentimos.

Esta noche dormiremos un poco peor, pero quizás mañana todo cambie y miremos la luz y sepamos que nada envidia el norte al sur. Y haya que hacer nuevas cosas. Ya sean canciones o quizás solo ordenar la habitación.