
«Es una pena que estés casado»
Aquella era la frase más bonita que le habÃan dicho en toda la semana. Y también la más peligrosa, quizás porque se encontraba tan solo que no tuvo reparo en seguirla. La noche era extraña, eran fiestas en Bilbao pero debido a un tema polÃtico no estaban las txoznas abiertas, asà que habÃa que buscarse la vida en los bares, y en el Kafe Antzokia tocaban dos grupos, uno de ellos (The Cherry Boppers) eran amigos de la chica. Ella era joven, de una juventud insolente y tenÃa morbo, mucho morbo, él era mayor, inolentemente viejo y estaba solo, muy solo.
Cuando entraron al bar, en ese preciso momento salieron a escena unas chicas de Girona, bien arropadas por unos músicos, todos vestidos como lo hicieran antaño sus propios padres. The Peeper Pots. Y empezó el show. «Son muy buenos, se parecen a las Supremes, pero con ramalazos jamaicanos, ya verás que bien facturan el ska». Escucharla era un placer, ¿cómo podÃa saber tanto de música siendo tan joven? Efectivamente el grupo lo hacÃa muy bien. HabÃan cambiado a una de las solistas, tal como también le habÃa dicho y, entre las versiones de Martha & the Vandellas y algún que otro icono de la Motown, mezclaron temas propios de sus antiguos dos discos, aunque el tema era tocar el grueso de su nuevo lp «Now«. el concierto se ejecutó de manera maravillosa,pero la chica no dejaba de mirar su móvil, estaba rara, leyendo y mandando mensajes.Por otro lado, él, se habÃa percatado que el Nano estaba en la sala. Todo el mundo conocÃa al Nano. Y todo que el lo conocÃa, lo temÃa.
Cuando acabó el concierto, mientras cambiaban el instrumental, ella le susurró al oÃdo, «Â¿por qué nos vas a coger unas cervezas mientras voy a l servicio?» Dicho y hecho, salió ella, desapareciendo entre la gente y éste se fue a la barra. Se encontraba más excitado de lo normal. Pasaron unos minutos y salieron los de la segunda banda, The Cherry Boppers, impecablemente vestidos, a facturar su estupenda y elegante musica. Y empezó la fiesta. La gente que ya habÃa empezado a calentar motores con The Peeper Pots, explotaron en la reducida pista de baile de toda la gente que habÃa. Esa gente eran auténticos virtuosos, disfrutaban tocando, a su espalda escuchó a uno diciéndole a otro; «Ã©stos chicos se masturban con los instrumentos». Y el éxtasis orgiástico salpicó a todos los asistentes, incluÃdo a él mismo que, con una caña en cada mano habÃa empezado a bailar, olvidándose por momentos de su conquista y no dándose cuenta que el Nano tambien habÃa desaparecido. Pasaban las canciones del grupo de Bilbao (Santutxu por más señas) para presentar su último y celebrado disco «Play it again», del que habÃa salido un curioso cd-lp de remezclas que al parecer se estaba vendiendo muy bien. De pronto, cuando sin querer ya habÃa bebido una cerveza y habÃa empezado la otra, se percató de la ausencia de la chica. «Otra que me deja plantado». Pero de pronto, de entre la gente, tambien bailando, como una diosa refulgente, aunque con rostro desencajado, apareció ella. «Necesito que me prestes dinero» .»Â¿Donde has estado?» Y entonces se explicó todo; lo del Nano, lo de su hermano, el tema de la mercancÃa, aquel coche robado y el hecho de que le daba miedo ir a hacer la entrega sola. «Por eso me has traido ¿no?». El silencio la delató.
The Cherry Boppers habÃan sacado a un guitarrista amigo, habÃan presentado un par de temas nuevos para alegria de sus fans y ahora el escenario se estaba llenando de gente del público, ajenos todos a lo que se cocÃa en el servicio y pasillo lateral del lugar. Todos los que asistieron a dichos conciertos disfrutaron de lo lindo.Tanto que no escucharon lo disparos.
Las tres de la mañana y aún nadie podÃa abandonar el recinto. La policia interrogaba y miraba todo con profesional destreza. En el descansillo, un policia hablaba con los chicos de merchandsing, uno rubio y otro moreno: «Â¿Qué es eso de samarreta?» «Camiseta. Si la coges con el cd son 20» . A lo que el chico rubio, Hektor, le dijo: «teniente ¿has visto éste vinilo verde? es una joya, y muy limitada». Los cabrones le habÃan hecho gastar casi 50 euros. Eso sÃ, a ellos les dejó salir. Una vez en la calle, no dejaban de hablar de lo que habÃa pasado, y del bolo tan bueno que habÃa salido.
Deja una respuesta