Llevo una racha en que lo que más escucho es grupos y compositores con unos puntos en común: todos ellos llevan barba, son acústicos y todos ellos suenan a Nick Drake. Iron and wine, José González y los recién descubiertos Pájaro Sunrise. Y me encantan. Pienso que grupos como los de Yuri son necesarios en una escena musical que está dejándose llevar por los sonidos ruidistas de herencia planetaria o mercuryreviana, cuando no por el tecnopetardeo, excusa perfecta para que los niños de papá que no saben ni tocar ni cantar, pero a los que todos les reconocen su exquisita mala baba, puedan tener su grupo.
Porque se agradece estar sentado casi a la misma altura que los músicos (cuatro en éste caso), porque es refrescante estar tan cerca unos de otros sin empujarse, porque se agradece que el propio Yuri reconozca que el precio de la entrada es elevado «para lo que ofrecen». ¿Y qué ofrecen? Pues uno de los mejores conciertos que he visto en mucho tiempo, porque no hace falta pantallas, juegos de luces ni la mesa de mezclas a tope, porque basta un glockenspiel, una guitarra acústica, un acordeón, un violÃn y dos voces susurrantes (dulce la de ella, heredera de Cat Stevens la de él), y unas melodÃas de las que se tatúan en la mente, y mecen las tardes de desesperación para que nos demos cuenta que la vida puede ser bella.
Presentaban su último disco «Old goodbyes«, breve comparado con su anterior joya, la inmensa «Done/Undone» que ha pasado a ser la banda sonora de la pasada semana santa. Cómo sé que es difÃcil hacer sentir lo que es estar en un concierto, en lugar de fotografÃa, voy a poner un video, un par de minutos robados a nuestros héroes de aquella noche que guardo en una cajita. A disfrutar
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