La ETT habÃa rebajado su tolerancia para con los trabajadores y estaban empezando a coger a los más tontos de la zona, aduciendo que para ponerse en las puertas de un concierto no hacÃa falta saber si el Quijote era un anónimo o bien lo habÃa escrito Espronceda. «Tú, si ves a uno de grada que quiere bajar a pista le paras» «Â¿y si se pone tonto?» » el convenio deja solo retorcer un poco el brazo, un poco ¿eh? que nos conocemos«. La conversación acabó aquÃ, dejando en vacÃo legal el hecho, improbable, pero posible, de que uno de pista quisiese subir a grada y ver desde más lejos el recital.
Quedaba poco para empezar el concierto del mes, el esfuerzo titánico, y caro de traer al rubito de los Police, que habÃa decidido subsanar, con las entradas, la posible deuda externa de los «apocalypto» de la selva de un nombre impronunciable. La entrada llegaba a los 126 euros (solo para aquellos que tenÃan la suerte de: a)poder pagar la entrada y b) poder disfrutar de las patas de gallo del inglés. El resto oscilaba entre los 40 y 99 euros, precio nimio teniendo en cuenta que todo el mundo sabe de carrerilla todas las letras, tanto de Police como de Sting en solitario.
Los venerables ancianos de las primeras filas de pista, que desconocÃan al inglés, no habÃan dudado en pagar las 20.000 pesetas del ala, puesto que se trataba del evento del mes y no habÃan tenido en el Partido invitaciones para todos. «Total, cambiamos el concierto por la mariscada, por una vez no pasa nada«. Y la mujer torciendo el gesto, a sabiendas de que aquello no le gustarÃa. De hecho ni se habÃa puesto el vestido nuevo en señal de queja. Su marido, pringado, no dejaba de mirar en derredor por si veÃa a algún colega de oficio y Estatuto, saludando con leves tics de cabeza a lo lejos a los afortunados invitados.
«Vamos, vamos, corre» «Pero ¿a dónde vas, si están todas numeradas?» Siempre le estaba avergonzando delante de las amistades. Quedaban diez minutos pero él querÃa un trozo de pizza 4 quesos. «Con lo mal que huele eso«. «Vamos joder, además ¿estos no iban a venir?, todo el dÃa esperándoles» «Oye que ha sido idea tuya el llamarles» «Ya, pero son tus amigos» «Â¿Has visto que bonito el escenario? Qué elegante…» «Joder, se me está escurriendo todo el queso«.
Era impresionante lo vacÃo que estaba el lugar, teniendo en cuenta lo poco que quedaba para que empezase todo. Y él deseando que acabase todo ya y volver para casa, siempre solo en los conciertos, ya ni los disfrutaba. «Â¡Mecagüenlaputa!» Alguien habÃa derramado parte de su katxi de kalimotxo sobre un proyecto de nuevo rico que se escurrÃa el pulligan, un pulligan que ya no volverÃa a recobrar su color. El adinerado juraba sin parar, a su lado un concejal abochornado, pensaba que esta no es la Euskadi que querÃan conseguir. Y al fondo los perritos y las pizzas no paraban de venderse.
El concierto empezó cuando aún no se habÃan sentado ni la mitad, la gente usaba los móviles de linternas sin dejar de gritarse unos a otros: «Aquà joder, Janire, aquÃiii» Y el pobre Sting arrepintiéndose de haber empezado con If i ever loose my faith on you, un hit que tenÃa que haber reservado a que toda aquella gentuza estuviese sentadita y calladita. Aún habÃa mucha cola en los puestecitos de pizza y bebidas, pero Sting ya sonreÃa y las canciones se sucedÃan con un entusiasmo un tanto exagerado por parte de un público con más ganas de contar el concierto en la oficina que de verlo realmente. Roxanne, Russians, Fields of gold, Englishman in NY y un largo etcétera que llegó a las tres horas fue la campaña de recaudación de un Sting simpático (claro, en campaña) ante un público que no era especialmente selecto.
Solo al final pareció perturbar los sonidos de la sirena de la ambulancia que llegaba para atender a un señor, de pista, que habÃa decidido subir a grada para ver todo el escenario, y se le habÃa roto el brazo.
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