Cuando no esperas nada de un concierto, por desconocimiento profundo de su obra o porque estás dispuesto a aceptar lo que ofrezcan, vas más relajado al mismo. y eso es una cosa que se agradece. El nombre de Tindersticks lo conozco desde hace unos cuantos años, en cambio nunca me habÃa puesto a escucharles a fondo. Un tema por aquÃ, otro por allá, sinceramente sin hacerles mucho caso. En cambio la idea que tenÃa de ellos era el de grupo de prestigio.
Todo iba a favor, era viernes, me apetecÃa salir y el concierto era el plan perfecto. Nada podÃa fallar. Y salió el telonero, puntualÃsimo, Thomas Belhom o lo que es lo mismo, el hombre orquesta. Ayudado por el pedal loop (¡menudo invento!) nos regaló (a quienes tuvimos la suficiente educación de escucharle, ya que en ocasiones el Antzoki se llegó a parecer al café Gijón) unas melodÃas tenues, oscuros paisajes que bien podÃan ilustrar imágenes de David Lynch, con permiso de Badalamenti. Lo peor; que apenas duró media hora.
Y aquello se fue llenando poco a poco, y sin llegar a la exageración, para ver a los de Nottingham. Y qué bien sonaba, y qué elegantes y qué voz. Pero muy flojito debe ser un directo cuando, a pesar de las ganas, te empiezan a aburrir a la cuarta canción. Creo que no llevaba ni una hora cuando decidà retirarme de la primera fila, para charlar con mi acompañante en la entrada del Antzoki. Y no mucho después vimos salir a la gente con mala cara.
Los más amables decÃan que se habÃan enfadado porque la gente no paraba de hablar (lo creo) y que habÃan acabado bruscamente sin bises ni nada. Los menos amables… Nadie parecÃa contento, y eso que el concierto habÃa durado en torno a los 90 minutos, que yo he llegado a estar en conciertos de apenas 50 minutos. El caso es que no sé si vendieron muchos vinilos de los que tenÃan en la puerta, pero no creo que desde aquella noche hayan ganado muchos adeptos.
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