Antes que nada tengo que decir que nunca he escuchado un disco entero de Tortoise, solo cosas sueltas, por eso no sabÃa muy bien qué me iba a encontrar la pasada noche del domingo en la sala BBK de Bilbao. Es de esos grupos que conoces mucho de oÃdas pero que no llegas a escuchar como se merecen. HabÃa leÃdo que era una de las influencias de mis añorados Manta Ray, que hacÃan post rock y que eran muy buenos. Poquito más. Asà que no dudé en acercarme a ver qué tal.
Ya de entrada los instrumentos que esperaban preparados en el escenario, y su disposición, era una clara muestra que el concierto no iba a ser convencional. Dos baterias, una frente a otra lideraban la escena, unos vibráfonos a los lados, un moog, un sinfÃn de cables y detrás, entre bafles otro sintetizador, además guitarras, bajos y esas cosas tÃpicas. Y salieron los cinco de Chicago. En el primer tema (no me pidáis tÃtulos porque no me los sé) John McEntire se puso a la bateria, Doug McCombs al bajo, John Herndon al moog, Jeff Parker a la guitarra y Dan Bitney al sintetizador que habÃa por detrás, generando todo tipo de ruiditos. Pues bién, tras ese comienzo enérgico y potente los componentes (a excepción de Doug McCombs) empezaron a rotar por todos los instrumentos y, menos Jeff Parker, que no tocó la baterÃa, el resto tocó absolutamente todos los instrumentos, en un caos más organizado que nunca.
Intentar etiquetar la música de Tortoise es como intentar poner un post-it en la superficie del mar; el papel pierde adherencia, se reblandece y acaba hundiéndose, y es que  el concierto fue una exquisita mezcla de géneros sin convertirse en un cajón desastre. Nada desentonaba y en cambio los ecos de las baterÃas nos acercaban a un dub, mientras que los vibráfonos nos recordaban, en ocasiones, al viejo lounge de Martin Denny o al jazz de Lionel Hampton, mientras que las guitarras nos llevaban al sonido setentero de rock sinfónico y progresivo. A eso añade las melodÃas repetitivas, mántricas que bien pudieran ser compuestas por un Philip Glass eléctrico, las explosiones de rabia de la percusión o esa extraña contención que, en ocasiones, generaba una tensión espacio temporal que solo habÃa presenciado en conciertos de jazz.
Música instrumental para conducir, para perderse dentro, para huir, para expandirse. Cinco virtuosos que no presumen de ello (creo que no hubo ningún solo, en todo momento los cinco tocaban a la vez a todo trapo), variando las melodÃas, los ritmos, como si deambulásemos sin rumbo fijo, dejándonos llevar por callejones que no conocemos, aunque sabiendo muy bien adonde queremos llegar. En definitiva, 90 minutos que no dieron tregua, no hubo momentos bajos, en cambio sà muchos álgidos, en una carrera ascendente, casi espacial. Un lujo poder disfrutar de conciertos como éstos. Aunque quizás lo suyo hubiera sido haber estado de pie.
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