Yo soy don Quijote de la Mancha (Metropolis teatro)

Foto de la representación

Se murió aquel manchego, aquel estrafalario fantasma del desierto, decía el célebre poema de León Felipe, donde se quejaba que en España ya no había locos, de esa sana locura del que se empeña en hacer cumplir la justicia, el que se rebela ante lo mal que está hecho el Mundo, esos locos que, a pesar de todo, siguen nadando contracorriente, por muy duro que sea el río. Ya no quedaban quijotes para ser apaleados por las infortunias del camino.

La obra Yo soy Don Quijote de la Mancha, representada estos días en el bilbaíno palacio Euskalduna, cuya dramaturgia corre a cargo, felizmente, de Jose Ramón Fernández, nos habla de ese loco tantas veces llevado al cine, televisión y teatro, pero no se trata de una versión cansada ni rutinaria, es una revitalizante y muy ingeniosa visión desde el propio individuo y su derecho a autoreafirmarse, dejando las locuras y extravagancias a un lado del polvoriento camino.

En escena cuatro personas; el violoncelista Jose Luis López, Sancho interpretado por Fernando Soto, su hija Sanchica defendida por Almudena Ramos y un Quijote excelentemente encarnado en cuerpo alma y voz por el gran José Sacristán. La obra no solo se encarga de representar diversos parajes del libro, que también, si no que va más allá tratando de mostrar el boceto, el previo a la representación, un ejercicio de meta teatro, viendo las preparaciones, colocación de postizos incluída, un curioso ejercicio que no solo no saca de la representación, si no que la potencia.

Un canto a los locos (esos de la sana locura), como pueden ser no solo los caballeros, si no también, por qué no, los actores de teatro, en su afán de mejorar, si es posible, lo mal hecho que está el Mundo.


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