Hace apenas un mes estuve en el mismo sitio. A una hora parecida. En la sala Santana 27 de Bilbao. Aquel dÃa, 29 de octubre, actuaban en la capital vizcaÃna una de las bandas llamadas a ser adalides del pop electrónico más cool, es decir, un grupo ideal para poner la banda sonora al nuevo y moderno Bilbao. Hablamos (por si todavÃa no habéis pinchado el link anterior) de los australianos Cut Copy. Y aquel dÃa, en la Santana o en la Fever, como queráis, estábamos cuatro y el tambor.
Hoy, esto es, el pasado jueves, la Fever o Santana, a elegir, rebosa gente; rebosa pelo. Hoy hay mucha gente, pese a ser entre semana. Muchas personas, muchos chicos con barbas y pelo largo. Mucha camisa de leñador. Y mucho guiri. Es jueves. Hoy salen los Erasmus. Pero es que hoy, además, tocan dos bandas de esas llamadas a ser las abanderadas del folk más intimista, preciosista y elegante: Vetiver y Fleet Foxes. Los segundos ya llevan algunos años siendo un fenómeno generalizado, siendo reivindicados por señores que no saben quiénes son Fairport Convention o la Incredible String Band. Los Vetiver son hacedores de un pop, con tintes americana, de un folk yankee maravilloso y, además, son tan poco conocidos que mola mucho más reivindicarlos, hasta el punto de que algunos, ejem, ya vislumbran a su último disco, «The Errant Charm«, como el mejor de la cosecha de 2011. Son, en ambos casos, dos ejemplos de que no siempre lo más supuestamente trendie triunfa. Hoy, esto es, el pasado jueves, la Santana o Fever, como prefiráis, se abarrotó y, por tanto, la primera conclusión a la que llego es que en Bilbao no hay tanto moderno (¿o sÃ?)
Esos algunos que decÃamos, ejem, ven lo último de Vetiver como de lo mejorcito de 2011, durante las horas previas al bolo, creÃan y compartÃan a través de las redes sociales, ejem, tener más ganas por este bolo que por el del cabeza de cartel de la noche. Pero, esos señores, ejem, al final se dejaron llevar por la conversación generalizada de una sala que no respetaba la presencia de la banda capitaneada por Andy Cabic y que esperaba, de buen rollo, el fenómeno hippie de origen capitalino. Desresponsabilicémonos diciendo, en todo caso, que el volumen con el que Vetiver presentaron su último trabajo y repasaron algunos de los temas más emblemáticos de sus cuatro discos, era tan extremadamente bajo que, por momentos, su música servÃa como mero y muy agradable acompañamiento a la charla de la numerosa concurrencia, una charla que, con tan buena banda sonora, sólo podÃa acabar con una sonrisa en la cara y de buen rollo. Vamos, que murmullos aparte, con todo, precioso. Realmente bonito.
Y he aquà que, sin embargo, a eso de las 21:30 pasadas y con una platea a reventar, se hace el SILENCIO, asÃ, en mayúsculas y salen a escena los actores principales de la noche. Fleet Foxes llenan el escenario y apoyados de unas atmosféricas y evocadoras imágenes arrancan su espectáculo. Durante las primeras canciones, el ensordecedor sigilo que emana del público se complementa tan bien a la perfección instrumental, vocal y escénica de los de Washington que, por momentos, el abajo firmante cree estar viviendo una especie de ensoñación mágica; cree estar viviendo una especie de viaje astral y temporal que me lleva a Canterbury en pleno medievo.
Lo que estaban ofreciendo Robin Pecknold, Skyler Skjelset y compañÃa era apabullante y muy emocionante. Por momentos no me podÃa casi ni creer que estuviese viviendo un concierto asà y ya aventuraba que este serÃa el directo del año. Un folk preciosista, alejado total y absolutamente de la época en curso, que retrotraÃa a la campiña inglesa, con tÃmidos pasajes psicodélicos y todo con una ejecución que permitÃa identificar perfectamente qué sonaba en cada preciso instante. Un deleite para los oÃdos. Un placer que, sin embargo, de tan intenso, se veÃa difÃcil de mantener por mucho más tiempo. De hecho, en el momento previo a los bises, cuando interpretaron la experimental «The Shrine / An argument«, perteneciente a su álbum «Helplessness Blues«, algo se rompió.
No sé si debido a la difÃcil propuesta del mencionado tema, pero poco tiempo después me di cuenta de que me estaba durmiendo casi literalmente. Ya me empezaba a costar mantenerme igual de impactado que al principio; ya bostezaba con demasiada frecuencia; ya mi ser empezaba a demandar conversación y ese algo más, superior a la perfección, que, en mi humilde opinión, una banda ha de ofrecer. Al mismo tiempo, me sentà aliviado al comprobar que el resto de mis acompañantes coincidÃan en mi apreciación. SÃ, fue bonito mientras duró. ¿Acaso habÃamos pasado un letargo de casi una hora y tres cuartos?, ¿acaso todo habÃa sido un sueño? De ser asÃ, los momentos álgidos y onÃricos de Fleet Foxes, representados en «Montezuma«, en «Mykonos» o en «White Winter Hymnal» fueron algo tan maravilloso que hubiera deseado no despertar jamás.
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