No es la primera vez que hablo de Enrique Jardiel Poncela en la furgoneta y amenazo que no va a ser la última. Inauguré con él la sección Photomaton y está presente en muchos de mis escritos fuera de éste blog. Como ya dije anteriormente la obra literaria de Jardiel es impresionante, por lo original y moderna, pero libros de textos y obras de teatro aparte, solo escribió 4 novelas, de las cuales Blackie Books lleva reeditadas 3 (pregunta-ruego para los editores: ¿Para cuando tendremos «Pero…¿hubo alguna vez once mil vÃrgenes?» su tercera novela?). Pues bien, hoy voy a (intentar) hablar de su segunda novela, escrita en 1929.
Y digo intentar porque si la prosa de Jardiel cuando escribÃa teatro era ágil, ingeniosa, repleta de enredos y malentendidos (algo muy tÃpico en el teatro de la época), muy del gusto popular, y su prosa en los libros de textos cortos eran de un absurdo anárquico que se adelantaba en décadas al humor de Monty Phython, Tip y Coll o a la Muchachada Chanante, la prosa jardielista usada para las novelas varÃa un poco y es de difÃcil análisis. Hay ingenio, es ágil (en ocasiones), y tiene sus momentos absurdos, pero es mucho más que eso, porque hablamos de alta literatura. Quién busque un libro fácil, para leer mientras viaja en metro, siento decirle que éste no es su libro. A menudo parece que cuando una novela es de humor tiene que ser ligera, pero las novelas de Jardiel tienen un poso como decÃa antes de alta literatura, de una cultura desbordante, de una fina ironÃa en ocasiones y de patochada absurda en otras. Resulta sorprendente hoy en dÃa, 80 años después, determinados pasajes de la novela, algo que deja claro que una Guerra Civil, con sus post- y sus dictaduras consecuentes no han hecho más que atrasarnos culturalmente y lo más moderno hoy en dÃa sean escritos como éstos o como los de Luis Esteso de hace 100 años (pregunta-ruego a quien competa: ¿ Para cuando tendremos una tercer ejemplar de república?).
Pero no nos desviemos que últimamente internet también está cercado. La historia que se narra en la novela es más bien simple: Mario Esfarcies, joven y guapo, es acosado por una vedette, Palmera Suaretti, quién a su vez es acosada por el marqués del Corcel de Santiago, que se dedica a dos cosas: pagarle todos los caprichos, y llorar ante la negativa constante de Palmera. Mario en cambio pasa olÃmpicamente de la vedette hasta que su doctor, y amigo a la sazón, le detecta un (falso) cáncer terminal, sabiendo que el médico y amigo a la sazón heredará todo de Mario. Aquà empezará una disparatada serie de viajes por todo el mundo, una diáspora absurda, una búsqueda por parte de unos asesinos contratados por el médico para que acaben con su amigo y ver asà su herencia. Mientras los enamorados repentinos (Mario se siente atraÃdo de pronto por la vedette) intentarán encontrarse, por ejemplo, en Siberia.
Novela larga, casi 500 páginas, de una desbordante imaginación, en ocasiones densa, pero nunca aburrida, donde los dibujos y el juego con el tamaño de las letras recuerda a los fanzines. Una obra magna, que se salta a la torera los cánones de la narración. Una novela que a veces se olvida que lo es y puede retratar durante páginas los 15 intentos de suicidio frustrados del protagonista, olvidándose de una trama que aparece después, quizás en Siberia, junto a un oso llamado Mussolini. Es difÃcil encontrar hoy en dÃa a un autor con una libertad tan total, con una visión tan rompedora. Un ejemplo, en un momento, para evocar un túnel nos coloca una hoja totalmente en negro, algo que le emparenta con otro gran libre, Lawrence Sterne, autor de la también imprescindible La vida y opiniones del caballero Tristram Shandy. Como nos dicen en la citada editorial ¡Vuelve Jardiel! Pues esperemos que se quede y que, poco a poco, sigan saliendo joyitas suyas.
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