Nunca se sabe a ciencia cierta lo que uno se puede encontrar cuando acude a un concierto de jazz, por mucho que se conozca a la estrella. Me pasó cuando fui a ver a Herbie Hancock, pianista al que adoro, en su «Imagine project tour» y me encontré con una cosa bien distinta, como de radio fórmula, algo que no tiene por qué ser negativo, pero no es lo que uno espera en un concierto de jazz. Las discografÃas de éstos músicos suelen ser veredas complejas, dado que se dedican a grabar y firmar todo tipo de discos, ensayos, colaboraciones y, en ocasiones, seguirles la pista, puede ser tarea ardua. Inténtenlo con Miles Davis, Coltrane o, sin ir más lejos, con Pat Metheny.
Reconozco que, a pesar de que su música me conmueve, me relaja o anima, me interesa y hasta, por momentos, me fascina, no soy gran conocedor de la obra de el de Missouri. Y es que su catálogo es inabarcable, a pesar de que solo tiene 57 años. Aunque, eso sÃ, lleva como 40 en los escenarios, a lo largo de los cuales las colaboraciones en discos ajenos han sido incontables, asà como sus discos en solitario, con su Pat Metheny group, o en formato trio. La gira actual es en formato trio, manteniendo a Larry Grenadier al contrabajo y a Bill Stewart a la bateria, con los que, aparte de las múltiples colaboraciones en otros trabajos, ya habÃa grabado dos discos; el espléndido «99-00» y un inevitable y recopilador «Live«. Era pues de esperar que el recital se conformase con algunas de las canciones de esos discos.
En la sala BBK habÃa gran expectación, las entradas llevaban dÃas agotadas, un aforo completo que ansiaba ver al leonino (y leonado) alquimista. Salió informal, como siempre, con una camiseta de rayas, unos vaqueros y unas deportivas, ante todo cómodo como sugerÃa el gran Lester Young. Nada más salir, sonriente, llamó a Larry Grenadier y ejecutaron a cuatro manos una «mini suite» de media hora, quizás algo monótona, muy intimista, antes de reclamar su momento a Bill Stewart, el baterÃa. Y vaya como se notó el cambio. A mà siempre me ha parecido la música de Pat Metheny una música para degustar bien entrada la noche, como muy pronto al anochecer, y el trio nos llevó por momentos a los garitos de jazz, sin olvidar esa playa paradisÃaca de cielo rojizo que siempre me viene a la cabeza cuando escucho su música. Pero no todo fueron momentos de relax, y es que las baquetas de Stewart golpeaban «a la contra» nerviosas, generando un controlado caos realmente fabuloso, mientras que Grenadier por momentos golpeaba las gruesas cuerdas que dotaban de base al sonido general. Y luego estaba nuestro Pumuky creador, haciendo lo que mejor sabe; hacer lo que quiere. Cayeron clásicos (Soul cowboy, James), recordó que la primera ciudad a la que viajó siendo joven fue Bilbao (Song for Bilbao), y poco a poco fue desmenuzando parte de su discografÃa, incluyendo su colaboración con el pianista Brad Mehldau, poco antes de recordar al gran Enrique Morente, con quién colaboró en el disco «Sueña la Alhambra», poco antes de coger una guitarra española y tocar «Meet me in my dreams».
Y ahà empezó la recta final en la que sus compañeros le dejaron solo y llegó lo más sorprendente, aunque no lo sea tanto para los seguidores del músico. Cogió su Pikasso, una especie de guitarra-mutante de 42 cuerdas en todas direcciones, una suerte de engendro retro-futurista, con sonidos de guitarra y harpa, creada especialmente para él. Supongo que para los puristas es un horror, pero no olvidemos a Narciso Yepes con sus 12 cuerdas. Y es que la Pikasso es algo impresionante, lástima que solo ejecutase un tema con ella. Pero aún quedaba el as en la manga. Cogió otra Ibanez de jazz (su famosa guitarra) que estaba enchufada a unos pedales en el suelo y empezó a tocar unos acordes, como si estuviese ensayando. Detrás alguien destapó un amasijo de instrumentos que nadie habÃa utilizado, asà como botellas y cosas como de alquimista loco. Pronto descubrimos que se trataba de su Orchestrion, el nuevo invento creado, también para él, para su discazo homónimo. El invento es una serie robotizada, controlada por midi, vamos que solo hacÃa falta de una persona (Pat en éste caso) para que empezasen a sonar un montón de instrumentos, mientras que se van encendiendo una serie de luces creando un momento casi astral, y es que seguÃamos en la playa paradisÃaca, solo que sobrevolandola en una nave espacial. Y ahà volvieron a entrar sus compañeros para acabar el concierto con una suerte de calipso.
Dos horas de música en mayúsculas que quedarán en el recuerdo. Yo, por mi parte estoy deseando verle de nuevo.
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